Risueña y positiva, Àngela coge el bastón y sale a la calle a tomar el fresco, custodiada por Moreta y Cuca, sus dos canes. Se apoya en el muro que da a su huerto y señala el monte al que tantas veces subió con las ovejas, en el vecino Castellnou d’Avellanos. “¡Qué bien lo pasaba! ¡Qué vistas! Nunca me cansaba. Siento nostalgia, me encantaría volver allí. Para mí, la montaña, la tierra, los animales, son muy importantes”, comenta sonriente. Àngela Farré, cumplidos los 86 años, vive sola en una de las dos únicas casas habitadas todo el año en el pueblo, Avellanos, a casi 1.400 metros de altitud. En la otra reside su hijo.
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