Mientras quien más quien menos se va haciendo a la idea de la desertización y la artificialización irreversible (¿Plantar un árbol para substituir al que murió? ¡Pero qué dices! ¿Regar?), unas cuantas plantas, junto a arroyos y riachuelos, crean repúblicas para intentar pasar el golpe de calor, chupando un poco de agua del suelo, y si un día el tiempo vuelve a ser favorable y húmedo, reconquistar los espacios que hemos perdido miserablemente. Cerca de casa tengo controladas varias de esas repúblicas, bajo fresnos y castaños que las protegen del impacto directo del sol. Contra pronóstico, la zarza es una de las que peor lo vive. Florece con dificultad y da unas moras pequeñas, con muy pocos granos, que pasan del verde al rojo y al negro sin crecer y con una inquietante ausencia de jugo. Las hojas tostadas o deshidratadas, dobladas de forma extraña, como si no encontrara la postura, forman colgantes en las brancas secas. A la gente sensible le impresiona ver que se mueren las zarzas, que parecen dotadas de muchos recursos puntiagudos para salir adelante. A la ortiga mayor le van mejor las cosas. Tiene repartidos por el tallo, bajo las hojas, pequeños ramos de flores que recuerdan el moco del pavo. La zarza peca de optimismo: cualquier terreno abandonado le parece ideal y prolifera alocadamente en marañas monumentales. La ortiga es más selectiva y sabe encontrar siempre el agujero húmedo. Alquiler limusina barcelona