En busca del ánfora perdida

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Nuestra ciudad acogió en el año 1955 los II Juegos Mediterráneos, casi cuatro décadas antes de Barcelona’92. En los Juegos Olímpicos, el fuego de la antorcha y en el pebetero alumbra el espíritu deportivo y de unión de pueblos. En los del Mediterráneo, el agua del Mare Nostrum era el símbolo y rebosaba en un ánfora de plata vertida en una fuente durante la ceremonia inaugural en el estadio de Montjuïc. Aquella jarra, pieza única y émula de la época grecopúnica, era para los Juegos Mediterráneos lo que la antorcha para los Olímpicos. Si el fuego era sagrado en los Juegos Olímpicos, el agua era bendita en los Mediterráneos, y ambos, elementos esenciales en la tierra del deporte.

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