Se presentó como el inquilino perfecto. Un ciudadano de origen ruso, con un español impecable y trabajo fijo. La propietaria del piso dio por bueno este candidato, propuesto por la inmobiliaria. Cuando el inquilino de toda la vida, ya jubilado, dejó el piso para irse a vivir al pueblo, en ningún momento la propietaria se planteó un alquiler turístico o temporal. Al contrario. Ofreció el piso de más de 100 m2en la calle Mallorca por 1.500 euros al mes. Menos beneficio pero tranquilidad en una comunidad de una quincena de pisos en la que conviven propietarios e inquilinos desde hace décadas. Alquiló al ruso. Y en unos días el nuevo vecino convirtió el señorial piso en una pensión turística ilegal de cuatro habitaciones con sus correspondientes cerraduras.
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