C on diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar sino vuela un velero bergantín”. Así comenzaba aquel poema. El primer velero en el que me embarqué, literariamente, por supuesto, fue, pues, un bergantín pirata. Su capitán, el Temido, era un sujeto imaginado y celebrado por el poeta José de Espronceda. Un pirata que decía que su barco era su tesoro; su dios, la libertad; su ley, la fuerza y el viento y su única patria la mar. Luego supimos que ese pirata estaba inspirado en Benito Soto Aboal, gallego de Pontevedra y sanguinario personaje, cuyo bergantín se llamaba Burla Negra . O sea que para celebrar la libertad, Espronceda recurrió a la figura de un pirata. Entonces aún no existía la biodramina y yo ignoraba que embarcarse no te conducía a la libertad sino directamente al mareo. Al mareo, el famoso mal di mare , lo vencí gracias al consejo de un amigo, pescador de la Barceloneta. “Se trata de acostumbrarte. Es el mejor remedio”.
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